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martes, 20 de diciembre de 2022

20 DICIEMBRE

 




Categoría: NO DEBEMOS OLVIDAR

 

 

A las 9:28 horas del

20  diciembre  1973

49º aniversario

 

ETA accionaron una potente carga explosiva colocada bajo la calle Claudio Coello de Madrid-comunidad de Madrid-españa, al paso del coche oficial en el que viajaban

 

 

presidente del Gobierno

almirante 

LUIS CARRERO BLANCO




policía

JUAN ANTONIO BUENO FERNÁNDEZ






chófer

JOSÉ LUIS PÉREZ MOGENA



Aproximadamente una hora antes, Carrero Blanco había salido de su domicilio en la calle Hermanos Bécquer para oír misa en la Iglesia de San Francisco de Borja.

Era su rutina desde hacía 49 años.

En el exterior, 3 policías, de los 8 que formaban su escolta personal, le esperaban desde hacía algunos minutos.

Sus nombres eran:

Juan Antonio Bueno Fernández

Rafael Galiano del Río

Miguel Alfonso de la Fuente.

 

Juan Antonio Bueno

Coger  Luis Pérez Morena

Entraron  en el coche oficial, un Dodge Dart.

Los otros 2 policías se subieron a un coche de escolta en compañía de un 3, Juan Franco.

Tras finalizar la misa, hacia las 09:20, salió de la iglesia, junto a su escolta, para ir a desayunar con su mujer.

A las 10:00 de la mañana, tenía una cita en su despacho de Castellana 3, con el ministro de Obras Públicas, Gonzalo Fernández, y con el ministro de Trabajo, Licinio de la Fuente.

El Dodge Dart se dirigió por la calle Juan Bravo y giró hacia Claudio Coello.

 

Cuando se encontraba a la altura del número 104 de esta calle se produjo la detonación de una gran carga explosiva.

 

Miembros de la banda ETA habían excavado un túnel desde un semisótano del número 104 de la calle Claudio Coello y habían extendido un cable a través de la ventanilla del bajo.

 

Cuando el vehículo blindado del presidente llegó a una señal roja pintada en la pared (que marcaba el punto exacto en el que estaba colocado el explosivo), uno de los terroristas (Argala, según unos, Kiskur, según otras versiones) accionó el mando y la explosión alcanzó de lleno el objetivo.

 

El coche se elevó treinta y cinco metros y fue a caer al patio interior de la residencia de los jesuitas de la Iglesia de San Francisco de Borja.

 

El coche de escolta, que viajaba a unos metros del Dodge Dart, perdió de vista el vehículo del presidente.

 

Cuando el polvo y el humo provocado por la explosión empezaron a disiparse, contemplaron estupefactos un enorme cráter en la calle, pero ni rastro del coche de Carrero.

 

Incluso uno de los agentes del coche de escolta fue corriendo al domicilio del almirante con la esperanza de que allí estuviese aparcado.

 

Otro de los agentes miró hacia arriba y vio la cornisa rota del colegio de los Jesuitas.

 

Los etarras habían colocado otro vehículo cargado de explosivos y aparcado en la calle en doble fila, para incrementar los efectos del atentado, aunque no llegó a estallar.

 

HERIDAS

Numerosas  personas, entre ellas los

3  policías del coche de escolta

1  taxista

La  portera del inmueble del número 104 de la calle de Claudio Coello

Su   hija de corta edad.

 

ETA acababa de dar el golpe que la lanzaría al estrellato, no sólo internamente sino de cara al exterior.

 

La prensa internacional siempre ha presentado y presenta este crimen como "ejemplo de lucha antifranquista".

 

El asesinato de Carrero, su escolta y su chófer es un hito para ETA y el atentado que más réditos propagandísticos proporcionó a la banda asesina.

 

 

Por otra parte, a Carrero lo sucede en la presidencia del Gobierno Carlos Arias Navarro que, además de que era el encargado de la seguridad del presidente, como todos sabían no era precisamente "un demócrata de toda la vida".

 

Además, la gestión que hizo Arias Navarro en lo que al desarrollo hacia la transición se refiere fue, como mínimo, muy poco afortunada.

 

La segunda razón es aún más importante y, sobre todo, menos discutible.

Los datos para descartar una actuación en solitario de ETA son absolutamente abrumadores.

 

 

Prácticamente nadie ante la pregunta de quién asesinó a Carrero responde que fue ETA sola y sin ayuda. 

 

 

Los etarras fueron muy posiblemente unos peleles asesinos en manos de parte de las familias del Régimen que los utilizaron en sus luchas intestinas, que, además, no pusieron en peligro su integridad ni arriesgaron su vida, o su libertad, a la hora de cometer el atentado.

 

Esta unanimidad en descartar la actuación en solitario de ETA que, por cierto, sienta muy mal a la izquierda proetarra, ha sido contada y recontada en la multitud de libros y artículos que sobre el atentado se han escrito.

¿Y quiénes fueron esos peleles, tontos útiles o sicarios a sueldo?

 

El atentado fue ejecutado por el grupo Txikia de ETA, compuesto por

 

   Iñaki Múgica Arregi Ezkerra

 

   Pedro Ignacio (Iñaki) Pérez Beotegui, Wilson

 

   Jesús María Zugarramurdi, Kiskur

 

   Javier María Larreategui, Atxulo

 

   José Mikel Beñaran Ordeñana, Argala

 

Pero hubo muchos más peleles, que estaban en el ajo del atentado, como el monje benedictino

 

   Eustaquio Mendizábal, alias Txikia (de quien, tras su muerte en un enfrentamiento con la Policía, tomarían el nombre los etarras)

 

   José Manuel Pagoaga Gallastegui, alias Peixoto

 

   José Antonio Urruticoetxea, Josu Ternera

 

   Ignacio María Garalde, Mamarru

 

   Domingo Iturbe Abasolo, Txomin, entre otros.

 

En tareas logísticas, como el robo de documentos nacionales de identidad (DNI) en una comisaría de Policía de Madrid, participaron

 

   Juan Bautista Izaguirre

 

   Zigor

 

   Ramón Echevarría

 

   Okoz.

 

En la falsificación de DNI participó

 

   José Ignacio Abaitua Gomeza

 

   Marquin...

Especialmente significativas son las opiniones del juez Luis de la Torre Arredondo, el fiscal Fernando Herrero Tejedor y Luis González-Mata, exespía de Franco.

 

En cuanto al juez, el sumario llegó a sus manos después de que, tras 3 años de instrucción, la investigación no avanzase.

 

 

Con todo ello saca tres conclusiones: que la investigación llegó hasta los autores materiales y "de ahí no pasó", pese a que "había elementos" para hacerlo; que Carrero fue víctima de una lucha interna dentro del franquismo (de la que le llegaron retazos de forma confidencial) que se resume en que su desaparición beneficiaba a muchos; y la última conclusión es que "los inspiradores del atentado han quedado en la sombra" (Villar, págs 240-241).

 

Fernando Herrero Tejedor, fiscal del Tribunal Supremo y posteriormente ministro secretario general del Movimiento, envió a Franco un informe secreto sobre el magnicidio del que nunca más se supo.

 

Sin embargo, el 17 de septiembre de 1974, el diario ABC se hacía eco de una frase pronunciada por Herrero Tejedor en el discurso de apertura del año judicial: "No sólo ETA es responsable de la muerte de Carrero".

 

Al tiempo que confirmaba la participación de la banda en el magnicidio, dejó caer que "no se descarta la participación de organizaciones distintas a ETA en el asesinato de Carrero Blanco".

 

La repentina, y para algunos misteriosa, muerte de Herrero Tejedor en accidente de tráfico en junio de 1975 sólo nos permite aventurar que el informe jurídico secreto que envió a Franco, al parecer muy extenso y detallado, debía ir en esa línea de no creerse la versión oficial que se estaba dando sobre el atentado.

 

Por último, y para cerrar los testimonios más relevantes recogidos por Ernesto Villar, hay que hablar del exagente de los servicios secretos Luis González-Mata, un testimonio que durante años ha sido denigrado y desacreditado, pero que hoy adquiere más importancia por varios motivos. En primer lugar, por la propia personalidad de González-Mata.

En segundo lugar, y más importante, por la referencia que Ricardo de la Cierva hace del mismo, citando una conversación con José María de Areilza.

Empezando por la personalidad de Luis González-Mata, hay que señalar que no era un agente secreto cualquiera.

Como explica el coronel del Ejército del aire y oficial de inteligencia Manuel Rey Jimena "era una persona brillantísima y tenía la confianza plena de Carrero Blanco".

Carrero y el director general de Seguridad, Eduardo Blanco, le encargaron algunos de los "marrones" más complicados y comprometidos del régimen en los años 40, 50 y 60.

Además, y al tiempo que trabajaba para la inteligencia española, lo hizo de forma simultánea o alternativa para los servicios americanos.

Unos meses antes del asesinato de Carrero, González-Mata se desligó de todos los servicios secretos harto de tantas "asquerosas complicidades entre fascistas y comunistas".

Para él, un ejemplo de ello sería el propio atentado de Carrero.

El exespía sostiene que al menos dos equipos de inteligencia, "uno español y otro extranjero" (que no nombra, pero que es claramente la inteligencia estadounidense) conocían los preparativos de los etarras (unos "desgraciados" que "fueron manipulados", según sus propias palabras) y fueron "corrigiendo" los errores que cometían.

Pero va más allá: aportando todo tipo de datos muy concretos, afirma que no sólo corrigieron errores y dejaron hacer, sino que se inmiscuyeron directamente en los propios planes del atentado, señalando que en la madrugada del propio día 20 de diciembre un equipo de americanos penetró en el sótano de la calle Claudio Coello y "deposita dos artefactos envueltos en materia plástica, similares a las minas antitanques, dotados de un sistema de encendido radio-eléctrico".

Dos equipos y, se supone, dos explosivos distintos se utilizaron en el atentado.

Pero sólo podemos suponer, porque no se realizó un análisis oficial del explosivo utilizado. 

Es difícil de valorar hasta qué punto lo que cuenta González-Mata es cierto.

 

Su aportación ha sido calificada por algunos de fantasiosa.

 

 

La escena tuvo lugar en la recepción ofrecida por el Rey con motivo de su onomástica el 24 de junio de 1978.

 

En un momento determinado, Areilza se acercó a Ricardo de la Cierva y le preguntó: "¿Has leído el libro de González-Mata? No el primero, Cisne, sino el que acaba de aparecer, que se titula Terrorismo internacional", a lo que De la Cierva contestó que lo tenía, pero aún sin leer. José María de Areilza le dijo: "Pues míralo esta misma noche, porque te puedo garantizar que su versión sobre el atentado de Carrero es la exacta".

 

Más recientemente, la participación directa de la CIA en el atentado es la que defiende Pilar Urbano en su libro El precio del trono (Planeta, 2011), del que el diario El Mundo ofreció una prepublicación en el suplemento Crónica de su edición del 20 de noviembre de 2011. No obstante, la escritora no aporta en qué fuentes se basa para afirmar que el Seced tomó muestras del cráter que provocó la explosión y se encontraron rastros de explosivo "C4, de uso exclusivo militar y que entonces sólo se producía en EEUU" y no la Goma-2 que los etarras dijeron utilizar y que habían robado en el polvorín de Hernani (Eva Forest, Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco, Argitaletxe Hiru, 1993). Tampoco, según el juez instructor De la Torre, el túnel era como lo describieron los etarras en la rueda de prensa que dieron en Burdeos reivindicando el atentado, ni como aparece descrito en el libro Operación Ogro. "No se correspondía con el informe de la Policía Judicial en la inspección ocular del subterráneo, hecha el mismo día del asesinato.

 

Con prosa carpintera de atestado, el informe desmentía la versión de ETA. ¿Se trataba de dos túneles distintos? ¿O de un mismo túnel, pero muy reformado?

 

En tal caso, eran dos descripciones del mismo túnel, una hecha ‘antes’ y otra ‘después’.

 

En algún momento, el túnel fue alterado.

 

Y ETA no lo supo".

 

Recapitulando, es realmente imposible señalar fehacientemente al inductor o inductores del atentado: servicios secretos de un país, de dos, el KGB, la CIA, la masonería, la extrema derecha, alguna de las familias del régimen, los comunistas...

 

Sobre estos últimos, es indudable que los etarras tuvieron apoyo de la comunista Eva Forest, con un papel muy turbio y pieza clave de todo el engranaje no sólo del atentado contra Carrero sino también del que, nueve meses después, se cometería en la cafetería Rolando de Madrid.

 

Como reconoce Lidia Falcón, una de las detenidas tras la masacre de la cafetería, percibió "indicios de un progresivo y desconcertante trato de favor" hacia Eva Forest por parte de la Policía. Y no sólo eso.

 

Como cuenta Anna Grau, Forest "consiguió evitar no sólo la pena capital sino incluso el ir a juicio.

 

Pasó tres años en la cárcel pero salió inmaculada (...).

 

El misterio más profundo de todos quizá sea este: ¿cómo consigue Eva Forest salir tan bien librada, no ya del atentado de la calle Correo, sino del atentado contra Carrero?" (Anna Grau, De cómo la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak, Destino, 2011, pág. 86).

 

La casi completa unanimidad de las opiniones apuntan en la misma dirección: una ETA utilizada y manipulada para conseguir no se sabe muy bien qué objetivos.

 

Y a esa conclusión se llega porque son abrumadores los datos de antes y después del atentado que, ni con la mejor buena fe del mundo, pueden atribuirse en su totalidad a negligencia de todos aquellos de los que dependía la seguridad del presidente del Gobierno o a la falta de coordinación y los celos entre los diversos servicios de información y las fuerzas de seguridad.

 

Tampoco tiene sentido la tesis que han mantenido algunos, como Eduardo Blanco, director general de Seguridad, de que Carrero era poco menos que un inconsciente que desoyó los avisos y se negó a reforzar su seguridad, una opinión que indigna especialmente, y con razón, a la familia del almirante que aceptó todas aquellas modificaciones de seguridad que le impusierona sin poner nunca ninguna pega a las mismas. 

 

Además, y en el supuesto de que el presidente hubiese puesto pegas a su seguridad, eso no era una excusa para no haberle garantizado la misma.

 

Tampoco es posible llegar a la autoría intelectual del atentado por la vía del qui prodest porque, para desgracia de Carrero Blanco, había demasiada gente interesada en que muriera.

 

Eso no quiere decir, evidentemente, que aquellos que pudieron beneficiarse del asesinato estuviesen detrás del mismo.

Entre esos datos anteriores al atentado, está ese primer y rocambolesco intento de secuestro organizado en 1971, dos años antes de su asesinato, por un grupo heterogéneo de antifranquistas liderado por un exguerrillero venezolano, y que fue tapado por un pez gordo de las fuerzas de seguridad (Fuente, I., García, J. y Prieto, J. Golpe mortal, Prisa, 1983, págs. 95 y ss.).

 

Un plan calcado al que después pretendió realizar ETA, y del que desistió cuando en junio de 1973 Carrero fue nombrado presidente y se aumentaron las medidas de seguridad.

 

Ernesto Villar se pregunta si ambos planes pudieran estar relacionados y responde que "lo fácil es pensar que sí". "Si ambos planes están conectados, alguien que organizó el primer intento o que lo conoció desde la otra acera, es decir, desde los servicios de seguridad del Régimen" pudo ser quien proporcionó esa información (la Iglesia, el mismo recorrido, la misma hora...) a Argala en 1972 (Villar, págs. 65-69).

 

Otro dato inquietante: "prácticamente la totalidad de los etarras que participaron en la preparación del atentado contra Luis Carrero Blanco eran ‘ilegales’, es decir, estaban fichados por la Policía. Algunos de ellos estuvieron en la capital más de un año. Otros cometieron todo tipo de imprudencias" (Ernesto Villar, pág. 103).

 

La impunidad con la que los etarras actuaron en Madrid sigue maravillando hoy día a todo aquel que se acerca a la historia del magnicidio.

 

Alquilaron y compraron numerosos pisos, construyeron zulos para esconder a Carrero tras el secuestro que idearon en primer término, alquilaron vehículos con su nombre real, dejaron huellas dactilares y tuvieron varios incidentes y encontronazos con las Fuerzas de Seguridad: atraco a una armería, robo de DNI en una comisaría de Madrid que, por otra parte, indicaba planificación a medio o largo plazo, compra de esposas al lado de la DGS, ejercicios de tiro cerca de la central nuclear de Zorita...

 

En todos ellos, la detención de los etarras fue convenientemente parada por un "ángel de la guarda", del que tampoco sabemos si era siempre el mismo.

 

Con los años han aparecido innumerables datos que apuntan a que posiblemente por parte de "miembros de los servicios de información" los etarras tuvieron protección e, incluso, apoyo directo para "retirar los obstáculos" que hubieran impedido ejecutar el atentado.

 

A eso hay que añadir los avisos y todo tipo de informes alarmantes de las fuerzas de seguridad (como los de José Sáinz, Pepe el Secreta, jefe de Policía de Bilbao), notas, soplos de confidentes etc., que o bien eran guardados en un cajón o bien no llegaban a quien tenían que llegar porque alguien los "paraba" en algún nivel de algún Ministerio (Ernesto Villar, págs. 57 y ss.).

 

Entre las operaciones más llamativas, por su importancia, está la anulación de la operación de entrada en el piso que los etarras tenían en la calle Mirlo (que estaba convenientemente "sonorizado") de la que dio cuenta el entonces teniente coronel y luego general Aguado, responsable de la 111ª Comandancia en aquella fecha, en el libro Carrero, las razones ocultas de un asesinato (Estévez, C. y Mármol, F. Temas de Hoy, 1998, págs. 105-106). De la misma se hace eco Pilar Urbano en el libro citado El precio del trono, aportando, además, el dato de la persona que paralizó el dispositivo (Eduardo Blanco, director general de Seguridad):

La noche en cuestión, Aguado se reunió en la comandancia de Guzmán el Bueno con el capitán Puertas y los tenientes Pinto y Santamaría.

 

Estudiaron el operativo, la distribución de los agentes: calle, portal, ascensor, planta 12 y azotea:
-Hay un comando de la ETA en Madrid. Pero ni lo hemos olido. ¿Pueden ser éstos de Mirlo? No lo sabemos. Por tanto, armas quietas y nada de tiros.


Aguado llevaba un rato en el despacho del coronel Manuel González tomando café y haciendo tiempo para salir con sus guardias, cuando sonó el teléfono interior.


-Aquí el cuerpo de guardia, soy el comandante de servicio. Mi coronel, un mensaje urgente para usted del director general de Seguridad.


-¿Está al habla? Páseme con él.


-No, mi coronel, no está al habla. Me ha dictado el mensaje para que se lo transmita y ha colgado.


-Ah... Bien... léame el mensaje.


-Al coronel jefe de la 111ª Comandancia de la Guardia Civil: suspéndase entrada prevista en piso 12 letra C del nº 1 de la calle Mirlo.


Después de colgar, el coronel González mantuvo unos instantes su mano sobre el auricular, como si así asimilara mejor la contraorden.

 

Luego miró a Aguado, que aguardaba con cara de desconcierto al otro lado de la mesa:
-Despide a tus hombres, Paco, y vámonos a dormir: se suspende la operación.


-¿Quién lo manda?
-Puerta del Sol. Eduardo Blanco. Y en plan ordeno y mando, dictándole la orden al comandantillo de servicio como si yo fuera un mindundi (prepublicación de 
El precio del trono, suplemento Crónica de El Mundo, 20/11/2011).

 

También resulta muy extraña, por no decir escandalosa, la retirada, poco antes del magnicidio, de un operativo de seguridad del Alto Estado Mayor (AEM), al frente del cual estaba Manuel Díez-Alegría, un militar considerado aperturista y muy alejado del búnker, y cuyo nombre es el único que aparece en las dos quinielas conocidas de los servicios secretos estadounidenses para suceder a Carrero Blanco (Villar, pág. 172).

 

El dispositivo de seguridad en la zona donde se produjo el atentado estaba dirigido por José Luis Cortina, conocido por sus hombres como El Pelao. "Aquellos hechos han sido narrados a Crónica por uno de sus autores, un agente de información del Estado Mayor que hacía guardia en la parada de autobús de Serrano-Hermanos Bécquer y que cubría y vigilaba las entradas y salidas de una empresa rusa, Mar Negro, que era una cobertura de la antigua URSS en Madrid y que estaba en la calle Serrano, justo enfrente de la parada de autobús" cuenta el periodista del diario El Mundo Antonio Rubio en su edición del 27 de noviembre de 2011. El 19 de diciembre, el día anterior al atentado, este dispositivo de los servicios secretos del AEM detectó y fotografió a Argala en la parada del autobús de la calle Serrano, muy cerca de la embajada americana y a unos doscientos metros de Claudio Coello 104. El 20 de diciembre de 1973 "a las siete de la mañana, uno de los equipos que dirigía el capitán José Luis Cortina volvió a montar su operativo para controlar a los rusos de la empresa Mar Negro. Sobre las ocho horas recibieron una contraorden: regresar a la base". Hora y media después el presidente Carrero, su chófer y su escolta eran asesinados. Cuando al sargento de la Guardia Civil que habló con Antonio Rubio se le plantea qué conocimiento tenía el capitán Cortina, jefe operativo de aquellos grupos de contraespionaje, sobre los etarras que estaban en la misma zona en la que ellos venían trabajando desde hacía meses, responde defensivamente: "Yo no sé si Cortina sabía o no sabía, pero los operativos no estábamos al corriente de nada" (El Mundo, 27/11/2011).

 

En el mismo artículo, el periodista se hace eco de otra información publicada en el mismo diario El Mundo el 21 de febrero de 2011 donde se narra un hecho ocurrido durante el juicio por el golpe de Estado del 23-F: "el día en que el comandante José Luis Cortina declaró como imputado en la vista oral del 23-F (22 de marzo de 1982), y durante el receso de la comida, amenazó, según la versión del abogado de Antonio Tejero, Ángel López Montero, a un interlocutor telefónico con la siguiente frase: ‘Como me jodan, saco hasta lo de Carrero Blanco’". Cortina resultó absuelto en ese juicio.

 

También reseñable en el premagnicidio las dos reuniones en el Hotel Mindanao de Madrid con un misterioso hombre de traje gris: en la primera (octubre de 1972) se les da a Argala Wilson un papel en el que se les señala el objetivo, el lugar para actuar (en un principio se planteó el secuestro), la rutina diaria del almirante Carrero y sus horarios. En la segunda, más importante que la primera, dos meses antes del asesinato alguien le da a Ezkerra, uno de los cerebros del atentado, una dirección: Claudio Coello, 104.

 

No fue, por tanto, un "golpe de suerte" encontrar ese local en el que excavarían el túnel para colocar el explosivo. De este segundo encuentro en el Mindanao se tuvo noticia precisamente por la declaración de Ezkerra ante la Policía tras ser detenido en septiembre de 1975, de la que se hizo eco en sus memorias un comisario de Policía que estuvo 30 años combatiendo a ETA en primera línea en el libro de Jorge Cabezas Yo maté a un etarra: secretos de un comisario en la lucha antiterrorista (Planeta, 2003, págs. 62-63):

"Fue una declaración espontánea hablando del atentado de Carrero. Nosotros ignorábamos ese hecho por lo cual difícilmente habíamos podido plantearle la cuestión. La cita se la había dado la organización (...) La descripción de esta persona siempre nos causó asombro. Era un hombre de unos 30 años, con el pelo moreno, echado para atrás.


Vestía traje gris y corbata. Elegante.

 

Parecía un funcionario del Estado, con rango de subsecretario, es decir, con cierta jerarquía.

 

No llegaba a ser un ministro, pero tampoco era un funcionario cualquiera.

 

Fueron sus palabras.

 

Nos causaron asombro y perplejidad.

 

Podían provocar risas e incredulidad, pero allí quedaron, aunque creo recordar que se sacaron también fuera de las diligencias.

 

Este hombre gris le entregó un sobre cerrado.

 

Cuando Ezkerra lo abrió se encontró con la dirección de una casa, Claudio Coello, 104, semisótano, con la dirección del dueño y la indicación de que estaba en venta.

 

Fue esa precisamente, la casa que a mediados de noviembre de 1973 compraría Javier María Larreategui Cuadra, Atxulo, haciéndose pasar por estudiante de Escultura.

 

Y fue de esa casa de donde arrancaría el túnel que había de llegar hasta la mitad de la calle y donde los etarras colocaron la dinamita que haría volar el coche de Carrero Blanco.

 

Una dinamita que, por cierto el propio Ezkerra se encargó de bajar hasta Burgos en el mes de diciembre y que procedía del robo de una cantera en el País Vasco realizado tiempo atrás por otro comando etarra. 

 

Aquella información no era investigable.

 

Se hizo una tímida gestión, pero transcurridos dos años ya resultaba imposible.

 

Allí en la Brigada se hacían apuestas sobre quién podía ser el hombre de traje gris.

 

Salieron a relucir muchos nombres, pero evidentemente no eran más que conjeturas".

 

Ernesto Villar aventura una hipótesis sobre quién pudo ser este hombre "con cierta jerarquía" y señala a uno de los participantes en las reuniones que miembros del SECED tuvieron con personajes de la oposición para preparar la transición a la democracia, reuniones que, al parecer, se celebraban con el visto bueno del propio Carrero Blanco. "Quizás de una de ellas salió el embajador que se citó con Argala" (Villar, págs. 23-24, 166-170 y 188).

 

Pero si llamativo es todo lo que ocurrió antes del atentado, no menos lo es lo que ocurrió después. De entrada, no hubo una "operación jaula" para detener a los autores del atentado, como tampoco se decretó el estado de excepción, algo que sí se hizo tras el asesinato de Melitón Manzanas. Una testigo cualificada fue Pilar Careaga, alcaldesa de Bilbao y, por tanto, perfecta conocedora de los desproporcionados operativos que solía practicar la policía franquista ante el menor incidente terrorista. Comentó a la viuda del almirante, Carmen Pichot, que aquel día regresaba a su ciudad por carretera desde Madrid y pudo constatar asombrada la absoluta falta de controles y vigilancia policial. El abogado socialista Fernando Múgica, posteriormente asesinado por la banda, explicó como hizo el viaje a San Sebastián y comprobó también que parecía "como si hubieran ordenado retirar todos los controles". Juan María Bandrés narró cómo, en contra de lo que se escribió en prensa, muchas personas cogieron el camino de Francia y cruzaron la frontera sin dificultad porque no había vigilancia especial y recuerda cómo mientras con la muerte de Manzanas –"un simple inspector de Policía de Irún" – hubo un durísimo estado de excepción, con la muerte "nada menos que de un almirante que además es jefe, presidente del Gobierno" no pasó nada (Estévez, C., Mármol, F., Carrero:Las razones ocultas de un asesinato, pág. 171).

 

Como también sorprende la actuación del embajador en Francia Pedro Cortina Mauri, al que los servicios secretos franceses le pusieron en bandeja al día siguiente del atentado la detención de Ezkerra y Wilson –casualmente dos de los que vieron al misterioso hombre del Hotel Mindanao–, y de un tercero, José María Ezkubi, alias Bitxor, y que se negó a hacerlo pese a la insistencia de José María Álvarez de Sotomayor, el número dos de la embajada.

 

El relato fue también detallado por Carlos Estévez y Francisco Mármol en la obra citada. "¿Por qué se negó a detener a los terroristas? ¿Actuaba por decisión propia o recibía órdenes de alguien? En este caso, ¿de quién? ¿Quién desaprovechó la oportunidad más clara de arrestar a los verdugos del presidente del Gobierno?

 

Sea como fuere, su perseverancia no le pasó factura política, sino todo lo contrario: días después, el nuevo presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, le concedía el premio con el que todo embajador puede soñar: ser ministro de Asuntos Exteriores. Ver para creer" (Ernesto Villar, pág. 230).


 

 

A las 07:50  del

20  diciembre  2000

22º ANIVERSARIO

 

ETA asesinaba a tiros en Barcelona-CATALUÑA-ESPAÑA, al

 

Agente  de la Guardia Urbana 

JUAN MIGUEL GERVILLA VALLADOLID



El agente se encontraba regulando el tráfico en la confluencia de la calle Numancia con la avenida Diagonal de la capital catalana.

 

A esa hora un Fiat Uno de color rojo se había averiado e interrumpía el tráfico en el lateral de la Diagonal.

 

El agente se dirigió a los 2 individuos, los etarras del grupo Barcelona:

  

   Fernando García Jodrá

 

   José Ignacio Krutxaga

 

Que  empujaban el coche y colaboró empujándolo para que no obstaculizara el paso de vehículos que, en un momento de gran afluencia de tráfico en plena hora punta, había provocado una larga cola de coches.

 

Algunos conductores, incluso, hicieron sonar el claxon nerviosamente al sortear el vehículo de los etarras, que tenía puestas las cuatro luces de emergencia.

 

Juan Miguel Gervilla se percató, entonces, de que el automóvil se había bloqueado porque no tenía puesta la llave de contacto, sino un destornillador colocado ad hoc por los terroristas.

 

En ese momento García Jodrá intentó sacar una pistola y se inició un forcejeo con el agente, que provocó la caída de ambos al suelo.

 

El otro asesino de la banda, José Ignacio Krutxaga, no dudó un instante y disparó a Gervilla en la cabeza.

 

A continuación García Jodrá se levantó y lo remató a sangre fría con un segundo disparo.

 

El agente recibió dos impactos de bala en la cabeza y el pecho y falleció en el acto mientras los terroristas emprendían la huida a pie en dirección a una boca de metro cercana al lugar de los hechos.

 

Atemorizados, algunos de los conductores atrapados en el atasco que fueron testigos de los hechos dejaron abandonados en plena calle sus vehículos durante varios minutos.

 

Con su acción, Juan Miguel Gervilla Valladolid impidió el asesinato de una personalidad, pues el vehículo de los terroristas, robado unos días antes, llevaba una bomba compuesta por trece kilos y medio de explosivo dentro de una olla a presión que iban a ser utilizados en un atentado inminente.

Hacia las 10:30 horas, una vez que el juez de guardia ordenó el levantamiento del cadáver del agente asesinado, los artificieros de la Policía procedieron a desactivar el artefacto, previo desalojo de los edificios de la zona.

A la bomba sólo le faltaba una última conexión para ser accionada a distancia.

La carga estaba situada en el lado derecho del maletero y para su desactivación tuvieron que volar controladamente la cerradura del portón.

El coche había sido robado el domingo 17 de diciembre en Esplugas de Llobregat y llevaba matrículas de otro vehículo de idénticas características de un vecino de la población de Tarrasa.

La bomba estaba preparada para "ser utilizada el mismo miércoles 20 de diciembre casi con toda probabilidad", según informaron fuentes policiales.

En un primer momento se desconocía cuál era el objetivo de la banda.

Por ello la delegada del Gobierno, Julia García Valdecasas, declaró que los terroristas pretendían asesinar a "alguna autoridad que debía pasar por la zona" y que el asesinato de Gervilla Valladolid había "salvado la vida de varias personas" al interponerse en los planes de los etarras. 

El lugar donde se averió el vehículo de los terroristas está situado en la zona alta de Barcelona, donde se encuentran numerosas sedes de importantes empresas y entidades financieras como La Caixa, Retevisión o Catalana Occidente, además de una residencia de oficiales del Ejército y un cuartel de Infantería.

También hay viviendas de lujo que suelen ocupar importantes empresarios.

Cualquiera de ellos podía ser en principio objetivo del atentado que Gervilla evitó con su actuación.

Posteriormente se supo que el objetivo de la banda era el periodista Luis del Olmo, que vivía a escasos metros de donde se había averiado el coche.

Era el sexto intento del grupo Barcelona de asesinar al periodista en poco más de medio año.

En 2002 la Audiencia Nacional condenó a

 

   José Ignacio Krutxaga Elezcano

 

   Fernando García Jodrá

 

A  sendas penas de 54 años de prisión por el asesinato de Juan Miguel Gervilla Valladolid.

 

En el mismo proceso se juzgó a 

 

   Lierni Armendaritz

 

Compañera  de los dos anteriores, que resultó absuelta del asesinato del agente, pero que fue condenada a 24 años de cárcel por el intento de asesinato del periodista Luis del Olmo.

 

Durante el juicio, el asesino

 

   Krutxaga

 

Aprovechó  el derecho a la última palabra para amedrentar a los ciudadanos que colaboraban con las fuerzas de seguridad en la lucha contra ETA diciendo: "El Estado y los medios de comunicación llevan un tiempo haciendo una campaña excesiva para que la gente participe en una lucha que no es la suya, la lucha antiterrorista.

 

Les dicen que tienen que denunciar a los terroristas, que les sigan con sus coches, pero no les advierten de las consecuencias de esas acciones".


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