Categoría: NO DEBEMOS OLVIDAR
3
diciembre 2008
14º
aniversario
ETA asesinaba a tiros en Azpeitia-Guipúzcoa-PAÍS VASCO-ESPAÑA, al
Empresario de la construcción
IGNACIO URÍA MENDIZÁBAL
La víctima se dirigía a la cafetería donde
diariamente jugaba al tute con sus amigos.
Nada más aparcar su vehículo en las
inmediaciones de la misma, 2 terroristas lo acribillaron a balazos.
Los autores del atentado dispararon tres tiros
contra Uría, que recibió dos impactos de bala.
Al menos uno de los disparos le alcanzó en la
cabeza provocándole la muerte en el acto.
Pese a ello, los servicios sanitarios que
acudieron al lugar de los hechos intentaron reanimar al empresario en la misma
Plaza Ignacio de Loyola.
Los dos terroristas habían robado un coche en el
alto de Itzíar, reteniendo a su conductor y atándolo a un árbol.
Dejaron su vehículo y se dirigieron a Azpeitia con
el coche sustraído.
Una vez tiroteado Uría, los etarras regresaron al
alto de Itzíar, al lugar donde habían dejado el primer vehículo utilizado y
donde habían abandonado al conductor del segundo coche, al que prendieron fuego
para borrar huellas.
Después, emprendieron la huida en el primer
vehículo.
El conductor del coche sustraído logró quitarse
las ataduras y avisar a su madre, la propietaria del coche, que fue quien
denunció los hechos a la Ertzaintza.
La víctima no llevaba
escolta, pese a que era consejero de la constructora Altuna y
Uría, que trabajaba en las obras del trazado ferroviario del Tren de Alta
Velocidad (TAV) entre Arrazua y Villareal de Álava, conocido popularmente
como la Y
vasca.
En apenas dos años,
las obras habían sufrido más de treinta ataques,
además de tres atentados con bomba contra las
empresas adjudicatarias de las obras, todos ellos reivindicados por ETA.
La empresa de
Ignacio Uría había sido saboteada en marzo de 2007, cuando varios vehículos
aparecieron con las ruedas pinchadas, pintadas y los tubos de escape taponados.
A principios de enero de 2008, la banda asesina
hizo un paralelismo entre el TAV y los proyectos de la central
nuclear de Lemóniz –que dejó de construirse– y la autovía de
Leizarán –que tuvo que modificar su trazado–.
En ambos casos el Estado cedió ante el chantaje
y el asesinato de la banda terrorista por lo que ésta no tuvo ninguna duda de
que tendría que actuar igual con la construcción del TAV.
Pocos meses después, el 18 de agosto, ETA
envió un
nuevo comunicado en el que amenazaba a las empresas que
participaban en las infraestructuras de la línea ferroviaria vasca.
En el mismo calificaba al TAV como un proyecto
"ajeno a los intereses de Euskal Herria" y
asumía la autoría de la colocación de las bombas dirigidas contra
constructoras que participaban en las obras.
"No ha habido derecho a decidir al
respecto", aseguraba la banda terrorista, que acusaba al PNV de querer
prorrogar sus ganancias a costa de "enterrar en cemento" el
territorio por el que tendría que pasar la infraestructura ferroviaria.
A la amenaza de ETA se había sumado, como en
anteriores ocasiones, la izquierda proetarra, con constantes movilizaciones contra
el proyecto que uniría por tren de alta velocidad las tres
capitales vascas.
Según fuentes policiales, el empresario
asesinado, además, había recibido varias amenazas en los últimos años por no pagar el
impuesto revolucionario.
Muchas veces se ha
hablado de la indiferencia con la que la sociedad vasca ha tratado a las
víctimas de ETA, pero en el caso del asesinato de Ignacio fue algo más que
indiferencia.
Sólo desde la óptica
del miedo, que ha llevado a la anestesia de la sociedad, se puede entender
que los
amigos de Ignacio no suspendiesen su habitual partida de
cartas.
En una crónica de
Miguel M.
Ariztegi para El Mundo,
acompañada con la foto del cadáver de Ignacio junto a otra de sus amigos
jugando al tute, podíamos leer:
La cuadrilla no perdonó la partida de
tute del miércoles. Dos balas impidieron que Ignacio, el
más puntual de todos, se acomodara en su silla frente a la ventana y pidiese su
café y su Farias.
"Nunca traía
mechero, así que si querías jugar con él tenías que traer fuego", comenta
uno de sus habituales en una pausa.
La cafetería Uranga
se encuentra a
El ambiente de la
cafetería oscila entre la resignación y el sordo resentimiento, pero son pocos los
que se atreven a significarse, y mucho menos a acompañar su
opinión con un nombre que la respalde.
"Estas cosas
joden porque no sólo destrozan una vida y una familia, sino la convivencia de
todo un pueblo, porque aquí nos conocemos todos y no va a haber dios que se fíe
de nadie, y menos la familia", comenta un atrevido desde la barra. Nadie le
contesta. Ni le dan la razón ni se la quitan (...)
"Hoy hemos
empezado a jugar a las cuatro y media; antes hemos estado hablando de
todo lo que ha pasado", comenta otro con las cartas en la
mano, que previamente señalaba la silla donde se solía sentar el ausente.
Será el miedo o
será el
manto de normalidad que cubre todo lo que termina por
convertirse en habitual a fuerza de repetirse, pero ni siquiera sus compañeros
de baraja se plantean los últimos porqués de la muerte de su amigo.
Le recuerdan como si la
muerte le hubiese sobrevenido por una catástrofe natural, o un
fatal quiebro del destino (...)
En la televisión de
plasma de una esquina -única concesión tecnológica del local-, el presidente
del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, gesticula con semblante serio.
El volumen está al
mínimo y nadie le presta atención.
Todos saben de
sobra lo que ha ocurrido, pero no tienen ninguna intención de hablar de ello (...)
(El Mundo, 4/12/2008).
El comité de empresa de Altuna y Uría no logró
la condena unánime del asesinato, pues sólo siete de sus diez miembros, los del
sindicato nacionalista ELA, rechazaron el crimen.
Los tres miembros de LAB no apoyaron la condena.
Sin embargo, al día siguiente del atentado
cientos de trabajadores de la empresa se congregaron en la sede de Azpeitia
bajo una pancarta de ELA que decía en euskera: "Porque somos nacionalistas
y trabajadores, no estamos de acuerdo".
La empresa fue fundada en los primeros años de
la década de los 50 por su padre, Alejandro
Uría, un albañil que "empezó de cero" y
que procedía del caserío Azkune del barrio de Loyola, el mismo en el que se
ubica la sede social de la compañía. Como señaló Luis Mendizábal, primo de
Ignacio, el padre de la víctima, su tío Alejandro,
Era un hombre duro, enérgico y trabajador. Trabajo y más trabajo, lana
eta lana, no había otro destino para aquellas
personas que en el siglo pasado fueron capaces de dar un salto cualitativo tan
fuerte como era pasar del mundo rural y baserritarra a la nueva sociedad
industrial (El Correo, 4/12/2008).
Alejandro legó la empresa a sus tres hijos
varones (Imanol, Ignacio y Luis Mari), aunque éstos compartían la propiedad con
los tres hijos de Altuna, el socio de su padre. Veinte años antes del asesinato
los tres hermanos Uría compraron su parte a los Altuna y se hicieron con el
control total de la compañía, aunque no llegaron a cambiar la denominación, que
continuó siendo Altuna y Uría. La empresa contaba en el momento del asesinato
del empresario con casi cuatrocientos trabajadores en la
plantilla.
Semanas después del atentado, en la Nochebuena
de ese mismo año, la familia de Ignacio hizo público un comunicado en el que se
leía:
Desde que nuestro marido y padre Inaxio no está con nosotros los días se nos hacen largos y las noches aún más. El 3 de diciembre ha quedado marcado con dolor y sufrimiento en el calendario de nuestras vidas.
Los primeros días no teníamos fuerzas para decir nada y queremos agradecer a todos los que en aquellos duros días nos ofrecieron su ayuda y consuelo (...)
Por ello, a todos, gracias de corazón. Por
encima de todo, Inaxio, nuestro marido y padre, era una buena
persona.
Un hombre normal, humilde y trabajador. Siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara.
Nació y creció en el caserío Azkune donde, como todos los baserritarras,
trabajó desde que era un niño junto con sus hermanos y hermanas.
Poco a poco, entre
todos consiguieron
sacar adelante la empresa que fundó su padre y que hoy es
reflejo de todos los esfuerzos y difíciles trances que tuvieron que superar
(...) Inaxio amaba a Euskal Herria.
Él se sentía vasco y
nacionalista y así nos lo manifestaba. Pero al parecer, eso no le era
suficiente para poder vivir en libertad en su tierra.
Los mismos que dicen
que están en contra de las imposiciones que sufre Euskal Herria, le han quitado
a nuestro marido y padre su derecho a vivir con dos cobardes disparos.
¿Cómo se puede estar en contra de las imposiciones y luego imponer una muerte que no tiene vuelta atrás? ¿No es ésta una clara prueba de hipocresía? ¿Es ésta la Euskal Herria que queremos los vascos?
Las preguntas se
revuelven en nuestro interior.
Preguntas sin respuesta. ETA, ¿por qué, para qué y en nombre de quién habéis asesinado a Inaxio? ¿Es así como vais a liberar a Euskal Herría? ¿Echando piedras contra nuestro propio tejado?
La mejor respuesta que nos
podéis dar a nosotros y a todos los que aman a Euskal Herria sería acabar con
toda esta violencia.
Que la muerte de
Inaxio sea la última.
Que ninguna otra
familia tenga que padecer el dolor que sufrimos nosotros (...)
También viven entre
nosotros otros vascos que no han tenido la valentía de condenar este
asesinato.
Entre ellos, y sin ir
más lejos, se encuentra el alcalde de Azpeitia y sus concejales, del mismo
pueblo donde nacimos nosotros e Inaxio.
Es muy grave que maten con dos disparos a un hijo de tu pueblo y no seas capaz ni de condenarlo.
¿Qué podemos decirles? Que ha llegado a Euskal Herria la hora de dejar atrás la cobardía; para todos, empezando desde los políticos hasta el ciudadano mas humilde.
Poneos todos en nuestro lugar y tratad de encontrarle un sentido a todo esto.
No lo vais a encontrar, porque no lo tiene.
Ya es hora de que cada uno deje sus intereses particulares a un lado y que nos unamos todos.
Ese será el mejor favor que podemos hacer a nuestro país.
Ésa es la única manera para que todos podamos vivir en libertad.
Aunque lo intentemos, no podemos entender cuál fue para los terroristas el mal que pudo haber hecho nuestro padre.
¿El
haber participado en las obras del TAV? ¿El ser empresario? ¿Es ése el pecado
que le ha condenado a morir? ¿Quién decide quiénes son los culpables
en nuestro país? ¿Quién ha firmado la sentencia antes de
celebrar el juicio?: ETA.
El pueblo vasco ya ha
sufrido con anterioridad la cruel represión fascista y ahora ETA está haciendo
lo mismo.
Con dos cobardes
disparos deciden todo lo que afecta a Euskal Herria.
¿Para conseguir qué?
Destrozar a una familia y para hundir más todavía a este pueblo.
Nosotros no sabemos
hacer política, no somos políticos.
Ni somos ideólogos ni
filósofos.
Nuestras palabras no
cambiarán este mundo pero no quisiéramos que la muerte de Inaxio sea un nombre
más de una ya larga lista.
La gente olvidará
todo esto y el mundo seguirá girando, lo sabemos.
Pero estamos seguros
de que si cada uno hiciera, junto con nosotros, una pequeña reflexión, este
pueblo sufriría un poco menos.
Por último, nos queda decirles a aquellos que no condenan este asesinato que no sigan tratando de justificar lo injustificable en nombre de la libertad de nuestro pueblo.
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