viernes, 15 de abril de 2022

15 ABRIL

 



Categoría: NO DEBEMOS OLVIDAR

 

 

A LAS 13:15  DEL

15  ABRIL  1988

34º ANIVERSARIO

 

ETA asesinaban a tiros en VITORIA-PAÍS VASCO-ESPAÑA, a 

patrulla motorizada del Cuerpo Nacional de Policía.

ANTONIO GÓMEZ OSUNA 

Y 

FRANCISCO ESPINA VARGAS




La patrulla realizaba unas identificaciones de sospechosos relacionados con el tráfico de drogas.

Previamente, un colaborador de la banda asesina había efectuado una llamada a la comisaría de Vitoria para avisar de que en la calle Heraclio Fournier de la capital alavesa había jóvenes toxicómanos pinchándose.

La llamada pretendía atraer a la Policía hacia esa zona.

Mientras los agentes llamaban por su radioteléfono para comprobar la identidad de algunas de las personas que se encontraban en la zona, tres terroristas salieron del Bar Adurzabal y dispararon contra ellos.

Según varios testigos presenciales, los agresores atentaron primero contra uno de los policías y, posteriormente, dispararon contra el segundo, que intentó resguardarse entre dos coches aparcados en la misma calle.

Francisco Espina recibió tres impactos en el pecho y fue rematado en el suelo.

Ninguno de los dos tuvo tiempo de hacer uso de su arma reglamentaria.

Los terroristas, que actuaron a cara descubierta, huyeron a pie hasta la Iglesia de San Cristóbal, situada a unos cien metros, donde un cuarto etarra les esperaba en un coche robado como siempre.

Los policías nacionales fueron trasladados al Hospital de Santiago Apóstol de la capital alavesa, donde a las 13:40 ingresaron cadáveres.

Antonio, por su parte, presentaba tres impactos de bala en la región craneofacial y otros tres en la región torácica.

El atentado fue cometido por miembros del grupo Araba de ETA.

Dos de ellos

   Juan María Oyarbide

   Manuel Urionabarrenetxea

No pudieron ser juzgados al resultar muertos en septiembre de 1989 en un enfrentamiento con la Guardia Civil.

En 1991 fue condenado como autor material

   Juan Carlos Arruti Azpitarte.

En la misma sentencia fueron condenados, en calidad de encubridores, el matrimonio formado por

   Miren Gotzone López de Luzuriaga

   Ignacio Fernández de Larrinoa.

Fueron los que dieron cobijo a los cuatro asesinos tras cometer el atentado.

Por último

   Ramón Aldasoro Magunacelaya

Detenido en Miami en 1997 y extraditado a España desde EEUU en noviembre de 2001, fue juzgado y condenado por la Audiencia Nacional ese año también como autor material.

 

Poco antes de las 08:00 del

15     abril  1991

30º aniversario

 

El  policía Jesús Villamudria Lara se disponía a llevar a sus cuatro hijos al colegio y al instituto, san sebastián-PAÍS VASCO-ESPAÑA

Coro y Josune, gemelas de 17 años -que iban al instituto de Bidebieta-, Luis, de 15 -alumno de los Maristas de Champagnat- y Leire, de 12 -colegio Eucarístico San José-.

Todos, menos Coro y su padre, estaban ya dentro del coche, pese a que el padre les dijo que no se metieran en el vehículo hasta que mirase los bajos, por si había algo.

En el momento en que Coro cerró la puerta, la vibración provocada por el golpe activó el mecanismo de iniciación de la bomba-lapa compuesta por tres kilos de amonal y colocada en la parte delantera del coche.

 

La bomba provocó heridas mortales a 

 

MARÍA DEL CORO VILLAMUDRIA SÁNCHEZ

 

 

Heridas graves a su padre y a sus tres hermanos. 

Luisa Sánchez, la madre, lo vio todo desde el balcón de su casa, donde estaba despidiendo a la familia.

 

En los minutos que siguieron a la explosión se sucedieron en torno a las víctimas escenas de horror.

La situación, vista por muchos escolares de la zona, era dantesca.

Los cuerpos de los cuatro hermanos y su padre sobre el asfalto y atrapados entre el amasijo de hierros del coche.

Coro y Leire, gravemente heridas.

El joven Luis, despedido a 15 metros de donde se encontraba el vehículo, y la madre, Luisa, que en medio de una fuerte crisis nerviosa, no paraba de repetir entre sollozos "¿por qué les han hecho esto?".

Coro falleció en la Residencia Sanitaria de San Sebastián dos horas y media después de haber ingresado.

De los otros hermanos, la que estaba más grave era Leire, de doce años, que sufrió "politraumatismo, fractura de ambas piernas, heridas faciales, hematomas palpebrales y cuerpos extraños en sacos conjuntivales".

Él y su familia habían sufrido dos atentados previamente perpetrados por ETA con granadas contra el inmueble en el que vivían en el barrio de Txintxerpe, en noviembre de 1990 y febrero de 1991.

Debido a la tensión a la que estaba sometida la familia, Jesús pidió el traslado a otra provincia, aunque se le denegó porque el atentado no había sido selectivo contra él.

Los terroristas sabían perfectamente que ese vehículo lo utilizaba diariamente Jesús para llevar a sus hijos al colegio.

 

La banda asesina asumía días después, en un comunicado publicado en el diario Egin, siete atentados, entre ellos el asesinato de Coro. En el mismo aclararon que no querían matar a la joven, sino a su padre, Jesús Villamudria.

 

Y como habían hecho antes con aquellos atentados que provocaron especial rechazo social, la banda asesina intentó autoexculparse culpando al padre de la muerte de su hija porque "se sirvió de su familia como de un escudo".

 

El comunicado de ETA añadía que "Coro Villamudria quería ser policía". Sobran los calificativos.

 

Los autores del atentado no han sido juzgados. Supuestamente

 

Fueron los miembros del grupo Donosti de ETA  

 

   José Joaquín Leunda Mendizabal

 

   Francisco Javier Iciar Aguirre

 

   Juan Ignacio Ormaechea Antepara

 

Que resultaron muertos en agosto de 1991 en una gran operación antiterrorista de la Guardia Civil.

 

A alguno de los fallecidos se le considera

 

También autor, entre otros, del asesinato del

 

El asesinato de Coro no sólo destrozó a su familia, sino que tuvo consecuencias terribles en la de José Santos Pico, amigo de Jesús que, tres años más tarde, el 14 de enero de 1994, se suicidó en la cocina de su casa.

"Caían por decenas.

Entre los asesinados de 1979 y 1980 había varios compañeros de José y amigos de la cuadrilla con la que solíamos salir.

Eso le hizo mucho daño, y le convirtió en un hombre más temeroso y, aunque él no se escondía, sí que intentaba pasar desapercibido", recuerda Eva, que también tuvo que ocultar en el trabajo la profesión de su marido.

"El remate a su situación de angustia se produjo en noviembre de 1990. Fue entonces cuando fuimos a vivir a las casas de la Policía en Pasaia. La primera noche allí nos pusieron una bomba, fue la bienvenida de los terroristas".

En ese momento, el matrimonio tenía una niña de pocos meses y dos chavales de seis y diez. Pero fue el asesinato de Coro Villamudria lo que agravó la situación. "José comenzó a temer por la seguridad de nuestros hijos: dejó de llevarles a la escuela, de ir a casa de familiares, de salir con los amigos... Era otra persona", recuerda Eva.

El 14 de enero de 1994 una doctora, amiga de la familia, encontró a José muy mal y le dio cita con el psicólogo y una baja para que entregara a sus superiores.

El horror de lo que ocurrió ese fatídico día lo cuenta Eva en su testimonio en soitu.es.

Esa tarde él no vino a casa y decidió quedarse en el cuartel.

Llegó sobre la media noche y subió sin pasarse por la garita de los compañeros que hacían guardia, como era su costumbre.

Yo estaba ya en la cama, tumbada con la niña pequeña, que sólo se quedaba dormida conmigo.

Entró en el dormitorio y fue directo a coger su arma del armario. Yo le pregunté si pasaba algo. 'No, no pasa nada', me dijo, y salió.

Me levanté detrás de él, pero se metió en la cocina y, entonces, pasó todo... (...)

Tendré grabado para siempre el sonido seco del disparo, el estruendo del cuerpo, como un mueble pesado, cayendo sobre el suelo de la cocina...

Intenté que los niños no vieran nada, pero cuando bajé a pedir ayuda a los compañeros, los dos niños -de trece y siete años- entraron y ayudaron a su padre para que no se ahogara con la sangre.

No pudieron hacer nada.

José Santos Pico acababa de quitarse la vida con su propia arma, "pero quien realmente le empujó a dispararse fue ETA. Fueron los terroristas quienes le mataron día a día hasta aquel momento en el que ocurrió todo", dice Eva.

Al poco tiempo de que se suicidara José, otro compañero de la misma promoción se pegó un tiro en aquellos mismos edificios, dejando viuda y dos hijos.

Los expertos lo han denominado como "síndrome del norte", aunque las autoridades y mandos prefieren no reconocerlo.

El 15 de septiembre de 1982 saltó a la luz uno de los primeros suicidios provocados por este síndrome.

 

Ese día, el sargento de la Policía Nacional Julián Carmona Fernández, que acababa de enterrar a cuatro de sus compañeros muertos en un atentado en Rentería, estaba comiendo un bocadillo que dejó para coger el arma de un compañero y, en presencia del general Félix Alcalá-Galiano, pegarse un tiro en la sien.

 

Eva Pato dedica desde Covite todos sus esfuerzos a conseguir que se incluya a los afectados por el "síndrome del norte" - unos 15.000, según cálculos internos de las asociaciones de Policía y Guardia Civil- en la ley de víctimas del terrorismo.

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